El peso de lo liviano

Había estado trabajando duro. Desde que abandonó la escuela todo le había ido viento en popa. Había invertido sus  pocos ahorros en la ruleta de un pequeño casino ilegal y había conseguido juntar una cifra considerable. Ya tenía lo suficiente para comer los próximos meses un plato caliente cada día. Se acostó en la calle, junto a la carretera,  en el mismo lugar donde había dormido las últimas noches. Abrió su pequeño bote de pegamento y lo aspiró tapándose uno de los  agujeros de la nariz. El dolor del puñetazo que le había dado aquel tipo en el costado desapareció al instante y se quedó dormido. Soñó que volaba.

Al despertar, la jungla que rodeaba la ciudad estaba en brumas. Todo el verde había desaparecido. Se acercó a un puesto de verduras donde lo  conocían y la señora, una vieja amiga de su madre, le dijo sonriendo: ¿quieres ayudarme hoy? ¿Quieres colocar el arroz en estos saquitos de plástico? Te daré de comer.

La vieja lo había estado explotando a cambio de un jugo, a veces un poco de azúcar. Sin duda era, y en el pueblo eso todos lo sabían,  la mujer más avara de toda la India. Pero ahora las cosas habían cambiado, ahora ya no tenía que pasar todas las tardes ahí, ni verla contar monedas mientras él trabajaba. Todo eso iba a cambiar, atrás quedaban la fábrica de camisetas, el puesto de verduras, comer mierda de vaca con hojas de banano y asustar a los gatos a pedradas. Ahora era alguien importante, tenía dinero, tenía un futuro que antes, con 12 años recién cumplidos,  no acertaba a vislumbrar.

El dinero que había ganado y, que desde entonces siempre llevaba consigo en un bolsillo escondido del pantalón, le sacaría de allí. Pero… ¿adónde podría ir?

Cruzaba la carretera absorto en sus pensamientos cuando un gran camión que transportaba gallinas tocó el claxon  demasiado tarde y  lo atropelló. El camión, tras pasarle por encima, volcó en la siguiente curva y todas las gallinas salieron disparadas desparramándose por la carretera. Más de cien gallinas, el chófer del camión y él quedaron aplastados en el asfalto, contra las piedras de la cuneta. Por todas partes había sangre y plumas.

La señora del puesto de verduras salió de su tienda y se horrorizó al ver lo  que había ocurrido. Lo que presenció le cambiaría  la vida para siempre. El niño subía al cielo con una gran sonrisa, la que nunca antes había visto en él , como tirado por unos cables invisibles, como un globo liviano , envuelto en cientos y cientos  de pequeñas plumas blancas.  Tenía la carita roja, y era lo único que de él se veía, todo su cuerpo estaba envuelto en plumas .Sin duda era un milagro , un ángel  que iba a reunirse con el padre celestial.

Para la mujer lo más extraño de esa escena, que ya de por sí era extraña fue , como pudo apreciar la señora antes de que el niño desapareciera entre las nubes, que éste no llevaba pantalones.

El pantalón del niño había quedado en la curva de la carretera  manchado de grasa. Unas pocas gallinas lo  picoteaban como locas. Cuando ya casi anochecía y,  horas después llegó la policía, el dinero que sólo unos días antes había ganado en la ruleta, aún seguía allí.

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